Los sanitarios sabemos que la navidad se acerca porque,
además de los anuncios de lotería o de turrón, recibimos comunicaciones de
"Planes de Alta Frecuentación"),desbordamiento de las consultas por la "inminente
epidemia de gripe" y sesudos intercambios entre profesionales sobre porqué
se desbordan las urgencias hospitalarias y que culpa tiene la Atención Primaria
con su poca resolutividad o con sus demoras en ello.
Desgraciadamente, cuando la OMS se refería a la salud como "un estado de completo bienestar
físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o
enfermedades" no dijo en qué tiempo debe conseguirse ese estado, ni que
podemos esperar del" Servicio de Atención No demorable".
La misma OMS establece la
importancia de los determinantes sociales de la salud y propone medidas para actuar sobre ellos.
A nadie se le ocurriría
responsabilizar de su cumplimiento a los sanitarios. Más bien se trata de
actuaciones de política con mayúscula. Nada nuevo, Virrchow en el siglo XIX ya definía la política como "la medicina en una escala más amplia".
Los jinetes Marmot y
Wilkinson cabalgaron sobre el informe Lalonde para mostrarnos sus hechos probados.
Quien no se da por enterado, es porque no quiere.
Quien no se da por enterado, es porque no quiere.
Siendo la salud determinada en gran manera por factores sociales, sorprende la consideración de la demanda como un elemento ajeno a ella y para cuya solución se magnifican elementos de micro o mesogestión ( propuestas de gestores) o de aumento de recursos (propuestas de los trabajadores o sus representantes). Sin embargo, no se exploran los determinantes sociales en la demanda. No se incide en el "efecto llamada" de la repetición durante muchos años de "consulte a su médico" en vez de abordar decididamente la automedicación responsable. No se definen espacios de atención socio-sanitaria eficaces para que no se sustituyan por demandas clínicas que medicalizan pero no solucionan esos problemas.
Cronificamos a los niños sanos y a los adultos obesos desde el inicio con programas cuya evidencia en generación de salud es ciertamente dudosa en vez de invertir en programas e instalaciones deportivas o desarrollar el conocimiento de autocuidados a los padres que abdican de su responsabilidad sobre esos niños que, probablemente, serán adultos hiperfrecuentadores.
Toleramos publicidad engañosa de fármacos milagrosos, yogures salvavidas, píldoras activadoras de la memoria o campañas de sociedades científicas que advierten, alarmadas, del poco cuidado que le damos a nuestra próstata o a nuestras tetas.Vemos con naturalidad la publicidad de antitusivos o mucolíticos en la época de frío dirigida a pacientes a los que se les ha venido diciendo que no se automediquen.
Se genera, pues, la expectativa en los ciudadanos de que la medicina actual puede controlarlo todo
No es tampoco un problema de donde debería ubicarse la
provisión de este servicio.Discutimos si el ciudadano va a urgencias porque la atención primaria no lo soluciona y olvidamos la fascinación tecnológica que producen los aparatitos, sus luces y sus analíticas al momento y que son otras veces y de manera inmoral promovidas por algunos mercaderes de la sanidad privada.
Simplificamos el problema cuando lo limitamos a QUIÉN
debe proveer esa atención y tal vez deberíamos explorar el PORQUÉ de esas
demandas.
Puede que en la misma proporción que Lalonde otorgó al sistema de atención sanitaria como determinante de salud se encuentre la capacidad de éste para modificar su demanda.
Si no se exploran otras vías, obtendremos los mismos resultados una y otra vez.
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